sábado, 23 de abril de 2022

Carta de un aristócrata perplejo a su madre

Podían hablar muchos otros y mejor que yo. Pero el guirigay es tan grande que no distingo sus voces. Se ha juntado la hinchada de la grada norte con la del sur. Los de sol con los de sombra.


Y así estamos entre el cotilleo y la inquisición. Ya han pasado los tiempos en que fuimos terratenientes, entonces solo teníamos tiestos. Ahora mola ser latifundista y comerciar con las mascarillas chinas.


Pero en qué mundo creen que están. No gritaban antes, que vivan las cadenas. 

Pues ahora, una comisión del diez por ciento es de perdedores. Por lo menos el diecinueve o nada. Esta vez hemos tenido suerte, los colegas nos han dado más del cincuenta. Pudimos repartir. Un palo para mí y dos para ti. 


Hoy, hasta me ha agobiado Friski con sus ladridos. He tenido que sacarlo a pasear sin quitarme la bata. No me ha dado tiempo a ponerme el fijador. Pues ni así, viéndome tan estresado me han dejado en paz. Menos mal que nuestra genética está a prueba del qué dirán. No he tenido más remedio que irme de Madrí. 


Ni en Sevilla han dejado de reconocerme. Solo faltaba que no pudiera poner mis zapatos a medida de Gaziano&Girling que me acababan de enviar desde Northampton. Con lo bien que me sienta su modelo Sinatra y el hábito nazareno. 


Al final he tenido que refugiarme aquí, en la casa del Algarve. Me parece vivir una pesadilla. Hasta el mar se empeña en voltear mi reputación. Me desmonta una y otra vez de sus olas. Siempre acaba por abandonarme sobre la playa enfundado en mi  Billabong y descalzo.


Te dejo, acabo de ver a un paparazzi tras las dunas. Menos mal que me he puesto el neopreno negro y no aquel amarillo tan divino que me regalaste. 

Pero que te voy a contar que no sepas mamá.


Ladran luego cabalgamos.






©  2022 prosa imaginaria de  Arturo García


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