A Fabián le dio por pensar que no llegaría al otro lado. Acababa de ponerse el semáforo rojo y comenzar la cuenta.
Estaba solo, se mantenía alejado de los demás. Lo tenía claro, se hundiría en el asfalto.
Veinte, diecinueve…
Sobre la pintura blanca huellas de rodadas suspendidas en el tiempo. Al fondo un escaparate reflejaba el azul del mar en una ciudad sin playa. Las hileras de coches se alargaban. Fabián tecleó: “Necesité toda una vida para llegar aquí” y presionó enviar.
Tres, dos y uno.
Esperó a que todos pasaran. Tras aquél rebaño sin sombra, unos escalones blancos. Ascendió con decisión. Era el último con sombra.
La sirena de los bomberos rompió la mañana. Abrió las hileras de coches, y se encontró con un paralizado Fabián que no escuchó el pitido del mensaje entrante: “Cariño. ¿A que hora paso a recogerte?”
© 2013 Texto y fotografía, Arturo García Fernández
Inquietante lección de disciplina urbana. Atentos al semáforo.
ResponderEliminarY a los camiones de bomberos. Leandro, agradezco tu comentario.
EliminarEste relato contiene un aroma novedoso al más puro estilo de Julio Cortázar. El presente se torna en un misterio que señala hacia el ayer y también hacia el mañana.
ResponderEliminarSi ... Fabián se encuentre en una encrucijada.
ResponderEliminarseria lindo que lo siguieras...
ResponderEliminarOjalá pudiera ...
Eliminarseguro que puedes...
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