domingo, 23 de mayo de 2021

Memorias compartidas

Nació y se crió en una familia, donde entre él y su hermano se repartían seis nombres. El mayor fue inscrito como  “José Carlos Santos Enrique” en el registro civil y él como “Pelayo”, un veinticuatro de agosto de 1956 en Mieres. Su padrino le bautizó como “Julio Pelayo”. Cosas que pasaban antes. En su casa se le llamó Julio, siempre con el diminutivo de “Julito”, después de su Infancia de cuenca minera, y cuando tuvo que funcionar por su cuenta eligió Pelayo, con su primer apellido Ortega.


Apenas comenzada la década de los setenta conocí a Pelayo Ortega, aún lo vislumbro en el rellano de la escalera frente a la entrada de aquél piso, tomando apuntes para sus dibujos con las primeras luces del día. Allí se cruzaban los pasos de los que entraban, después de atravesar la noche volando a ras de suelo, con los que salían a sembrar con panfletos las aceras y los buzones. Todo estaba por estrenar.


Si, tiempos de nuestra juventud, cargada de ilusión e incertidumbre. Cualquier atisbo de innovación y modernidad era motivo de entusiasmo. El país estaba cambiando. Vivía muy centrado en mi deseo de ser pintor. Mis días consistían fundamentalmente en asistir a la Escuela de Arte de Oviedo y trabajar en casa”. Me comenta Pelayo.


En el piso de estudiantes siempre había buenos momentos para compartir música y risa. Sus  paredes exhibieron los primeros dibujos a carboncillo, un violonchelo, una silla, los retratos y posados de amigos.

La vivienda se ganó a pulso, por el habitual estado de la cocina, el sobrenombre de “el grasín”. Era nuestra asamblea permanente por dentro y por fuera otra exclusivamente gatuna, que en el patio interior, dirimía sobre restos de comida. 

No tardaron las primeras exposiciones. Benedett, galería ovetense pionera, reunió las obras de un grupo de jóvenes pintores, Pelayo y mi hermano Paco entre ellos. Tuvo repercusión en la ciudad. Ortega me comenta que valora mucho como apoyo temprano, la columna de Manolo Avello, entonces cronista de Oviedo y compañero de oficina de mi padre.

“Nuestro afán era sobre todo buscar y experimentar los posibles lenguajes pictóricos. Yo estaba muy centrado en el dibujo y la forma. Quizás de ahí derivase la monocromía de mis obras de aquel momento”. En Gijón presentó una obra completamente en negro. El color y la materia pictórica llegarían mucho más tarde.


No transcurrió demasiado tiempo y se le hizo imprescindible marchar a Madrid. Primer domicilio en Lavapiés en un pequeño piso de la Calle Zurita. Allí aparecí frente a su número seis, el  20N de 1975 con un permiso militar de una semana y aún con la ropa del cuartel, pues estaba haciendo milicias en Valladolid.  Casas con tres pisos, water comunal, ducha en la cercana glorieta de Embajadores y balcones con lánguidas persianas sobre su barandilla. Llame  a la puerta de abajo, alguien voceo: “en la acera hay un soldao, un soldao". Susto y abrazos. 


Yo nunca había estado en la capital. Todo era excepcional, como una película en blanco y negro,  los altavoces cosidos a las farolas daban música clásica. La niebla, la luz amarillenta y las colas en la plaza de Oriente. Pantalones de campana. Las orejas de algunos tapadas por el pelo. Muecas de alambre en rostros de incertidumbre. Abundante material gráfico para el No-Do. Guardias armadas con boinas rojas en los Ministerios. Policías por las azoteas. El túmulo funerario sobre un camión todoterreno Pegaso, sin alas y escoltado por la guardia Real. Repique de los cascos de los caballos sobre, nunca mejor dicho, un silencio sepulcral. Salió de la Plaza de Oriente hacia el norte, nosotros estábamos al sur.


Conscientes de que el crepúsculo de aquella jornada anunciaba un amanecer. A los dos días levantaron el luto y proclamaron rey al príncipe. Grandes pegatinas circulares en los autobuses, en ellas se leía Juan Carlos I Rey de España. En los corrillos el Breve. 


Estuvimos frente al actual Congreso, abierta su puerta excepcionalmente por donde los leones. Nos comentaron que detrás de ella tuvieron que desmantelar el bar de las Cortes. Llegó la caravana. En un Mercedes el aún Príncipe de pie asomando medio cuerpo por la semiabertura del techo. Apenas saludaba. Forzado a interpretar los vientos de la historia. Mantenía el rostro adusto destacando la nuez en su cuello moviéndose arriba y abajo. Inmediatamente detrás el Rolls de Franco, el vacío de su parte trasera se acentuaba con la oscilación de una borla de asir la mano. Un pequeño badajo al ritmo de la saliva del futuro rey. Iba a ser proclamado sin el permiso de su padre, bajo la alargada sombra del Rolls.


Para nosotros la vida no se detenía. Me fui a terminar la mili y Pelayo Ortega quedó en la capital lleno de planes. “Esos primeros años en Madrid supusieron para mí un gran impulso por tener la posibilidad de conocer y aprender”. Copista en el museo del Prado, taller de grabado de Dimitri Papageorgiu  


En la capital se fraguó la amistad de Pelayo con la asturiana Ángeles Gómez Mayo, que terminó en boda. En 1987 nació  Javier Ortega “Si, Madrid supuso para mi hechos y vivencias fundamentales. También pude vivir en directo grandes acontecimientos de la transición política. La considero, una ciudad acogedora a pesar de su dureza, como pocas hay en el mundo”.


Sin olvidar su particular latido. “Mi vocación pictórica nació en Gijón al ver por primera vez las obras de Nicanor Piñole y Evaristo Valle”. 


En Gijón volvimos a coincidir, fueron sus tiempos de amistad con un reconocido periodista local y de tertulias con humo en los cafés. Cualquier heterónimo de Pessoa, servía para habitar esa melancolía del orbayu en la provincia. Un gran ventanal para su obra fueron las galerías de arte. 


Al igual que Madrid , Gijón es mi ciudad, supuso para mi familia una tierra de promisión. En ella había descubierto mi vocación por la pintura y a su desarrollo contribuyeron con su estímulo personalidades como Francisco Carantoña , buen amigo a pesar de la diferencia de edad, un auténtico sabio y, un gran periodista. Además Eduardo Vigil y Amador Fernández desde sus librerías y galerías de arte, Atalaya y Cornión, me apoyaron desde el primer momento en el difícil objetivo de lograr ser pintor. Todos, junto a mis compañeros de profesión tendrán siempre mi profunda gratitud”.


Después de la serie de pinturas “La Provincia” definida por atmósferas norteñas, lluviosas , oscuras y casi monocromáticas,  vino “La Provincia Blanca”.

 

“El nacimiento de un hijo es un hecho determinante en la vida de cualquier persona. Tiene obligatoriamente que influir en el estado de ánimo y acaba teniendo una plasmación formal en la obra. El deseo de luminosidad y esperanza están ahí.”  


Y matiza. “No me ha gustado sistematizar las razones que  la evolución que mi obra  a lo largo de ya más de cuarenta años de actividad”.


En marzo de 1999 el entonces director de la galería Marlborough, Pierre Levai, adquirió en ARCO, sus obras “El pan nuestro de cada día” y “La taberna del puerto”. Significó para él iniciar una nueva y brillante etapa. Pelayo Ortega firmó un contrato con Marborough, que le ha proyectado internacionalmente. 


Lleva muchos años sobre la ola del éxito, los críticos de sus exposiciones han reseñado sobradamente el rumbo de su trayectoria. Antes de despedirnos me dice “Creo que lo que vivimos en común, sobre todo la coincidencia en "el grasin", ha sido una parte muy significativa de mi vida y me ha resultado muy grato recordarla. No había hablado de ella hasta ahora". 



       ©  2021 Foto de Pelayo Ortega 1970 _ Texto en 1257  palabras de Pelayo Ortega / Arturo García

lunes, 17 de mayo de 2021

Hámsteres

En una noche oscura, cuando la luz de los edificios metropolitanos compite con las estrellas. Estoy cruzando la ciudad de sur a norte por la Castellana, cuando desde el coche reparo en algo insólito.


A la altura de Azca, complejo empresarial y comercial en pleno corazón de Madrí, un edificio de cuarenta y tres plantas exhibe en sus últimos pisos, vidriados y diáfanos, el Infinit Fitness.


A través de sus paredes acristaladas distingo allí arriba unos esforzados rodadores, dale que dale a los pedales. Intuyo que al  ritmo de cualquier tema de una playlist de motivación. 


El tráfico se ralentiza. Aprovecho, play “Tower son”.

Mis amigos se han ido y mi pelo ya está gris, susurra Cohen.


Las dos plantas muy iluminadas en aquella altura, y el resto oscuro del esbelto edificio, hacía que el conjunto simulara una antorcha. Luminaria de unas energías que no se convierten en trabajo. 


Pero bajar a la calle vestido de ciclista, puede ser una auténtica agonía, que es preferible posponer hasta última hora del día y sustituirla por un ciclo indoor. Atravesando campos de lavanda en una pantalla.


Energía para sacar del cuerpo la adrenalina de la jornada dándole duro a la bicicleta estática. Entropía de humanos hámsteres, que ordena y equilibra el "ni una mala palabra, ni una buena acción" en el mundo financiero. 

Mis amigos se han ido y mi pelo ya está gris. 

Siento nostalgia de los lugares en los que solía jugar.


Lejos queda, aquella luz dinamo en  la rueda delantera de la bicicleta infantil, que a cambio de endurecer el pedaleo, iluminaba mas o menos la carretera. Así, de esta manera tan simple equilibraba la energía y recompensaba al trabajo.


Hoy, con todas nuestras buenas intenciones para hacer sostenible el consumo eléctrico y  después de haber dejado definitivamente al Quijote y a su montura, muy por debajo de las aspas de los aerogeneradores, parece que nadie ha reparado en la posibilidad de cubrir parte de la factura eléctrica en los gimnasios. ¿Y si acoplamos dinamos y baterías para recuperar la energía de los usuarios?

¿Es preferible la rueda silenciosa de los hámsteres?




 ©  2021 Texto en 353 palabras de Arturo García

viernes, 7 de mayo de 2021

¿Estudias o trabajas?

Escribir sobre los territorios de la memoria, es como practicar vuelo sin motor. Sobre todo, sí además se hace sobre los paisajes de la adolescencia. Donde aquél niño, inquieto y sin haberse quitado su abrigo tenía dificultades para ponerse en la fila. 


En sus ojos y rostro el frio del rocío de la mañana, venía de trabajar desde antes del amanecer. Intentaba entrar en la hilera, sus manos pequeñas y fuertes dibujan las asas de lecheras con tapas de zinc. Como si quisieran marcar su destino. 


En la furgoneta junto a su padre, fueron y vinieron, alrededor de la ciudad. Recogiendo leche fresca para distribuirla a domicilio. Era vivaracho y poco mayor que nosotros, ahora ordenados en una somnolienta fila para entrar a clase. 


“Muchachos, como no estudiéis, terminareis cómo Casildo. Repartiendo leche por Lugones”. 


A los catorce años nos tocó la primera reválida. El examen de ingreso había sido cuatro años antes. Conocíamos los nervios y la destemplanza  de  las pruebas de Estado. El colegio necesitaba resultados.


Casildo, repetidor del año anterior había logrado entrar en nuestra fila, entre apretujones se oía “Aquí no. Aquí no. Lávate” y un desabrido "Hueles a sudor”.  Un día, otro día, más o menos hasta mitad de curso, cuando fue sentenciado: “Casildo, solo sirves para trabajar”. 


Nosotros seguimos temerosos y aplicados, con nuestras gramática, latín, geografía, matemáticas. Dimos mucho más que lo mínimo y pasamos a quinto curso. Segundo idioma francés. No estaba bien visto pedir inglés. 


En sexto otra revalida. Ahora superior. El grupo se diezmaba. A Luis y su bicicleta, hacían recados de la farmacia. Pacoché en una obra a pico y pala. La familia de Tito, completa, emigró para Alemania. Pepe dándose madrugones, en el obrador de una pastelería. Goyo con una escalera de mano, a cablear para Telefónica. Un tío de Javier, lo colocó de conserje en la Caja de Ahorros. La polio no indultó a Carlos. Con la viruela y la escarlatina,  llegaron las cuarentenas.


Mientras en clases de gimnasia, un señor con el mismo traje príncipe de gales, cruzado y bien abotonado. Lucía su pelo acharolado, con la raya a escuadra y cartabón, soplando aquel silbato: piernas abiertas, brazos en cruz, un, dos, un, dos. Manteniendo impasible el ademán, a la vez que el contorno de su rostro se hacía más y más pentagonal.


Otro día descubrí, después de escuchar al profesor de literatura hablar de las metáforas, que para mí tenía sentido escribir “asfaltado campo de futbol, piel de un gran rinoceronte que desaparece cuando salimos a jugar”, pagando el precio del cachondeo general.


Los que estudiábamos llegamos al Preu, la mayoría en la opción de ciencias. Empezamos a descubrir que nuestros profesores no sabían la lección. Hacían lo que podían, normalmente tomarla a un alumno sobre lo no explicado por ellos. Entraron en acción las clases particulares, el cálculo se hacía infinitesimal y los antiguos alumnos mas aventajados ganaban su primeras pesetas. Con uno de ellos vislumbré un mundo en la física después de Newton y la formulación en química dejó de ser para mí un sudoku.


La cosa de estudiar acojonaba cada vez más y, además tocaba examen oral de francés. Leer un texto, traducirlo y conversarlo. Lo hábil era enlazar, en la conversación, alguna palabra con uno de los temas preparados.


La Catedrática, eligió para conversar conmigo les maçons y al poco le contestaba ...Oui, les maçons font les maisons ... Ma maison a …. con una pronunciación que ni en Perpiñan pillarían. Pero suficiente para no dejar mal al profesor. Un español, hijo de exilados, recién llegado a nuestro país. Portador de un espeso cabello y bigotón muy negros, en su 2CV amarillo de matrícula francesa. A su lado  dejaba la moto&sidecar BMW R75 el de inglés. Casco de cuero, gafas de aviador, mirada azul y aguileño perfil sostenido en ralo y rubio bigote.


Mucho más tarde, las luces de la transición sacaron al primer plano de la actualidad al profesor de francés como miembro del PCF y al de inglés como nazi buscado por denuncias holandesas (y no estoy haciendo una licencia literaria).


Pero no adelantemos tiempos. Cuando el Sgt. Pepper´s entusiasma nuestros corazones solitarios y Otis Redding les regala soul. Por radio y guateques la música no cesaba de crecer. Leonard Cohen nos presentó a Suzanne en la isla de Wight. Las portadas de los vinilos marcaban tendencias. 


"Mientras fuimos aprendiendo a vivir de realidades. Éramos personas de lejanías, de utopías, de proyectos líricos y tuvimos que aprender a vivir de cercanías, de lo inmediato y a despertar de todos los sueños”. Testificó Paco Umbral.


Casildo lideró las ventas de leche en la región, creó una sociedad mixta láctea, que pronto diversificó en empresas inmobiliarias y concesionarios de automóviles Ford. Se había hecho más judeo que cristiano. Cuando llegó a los medios de comunicación, la concesión de licencias de FM le permitió fundar Radio Bianca.

 

Así, hasta que  la banda sonora del vuelo por aquellos tiempos aterrizó en Radio Kiss. Su éxito de audiencia originó un contencioso que se saldó con una indemnización de doscientos millones de euros a nuestro antiguo compañero de colegio. Y eso que solo servía para trabajar.



 

©  2021 Texto de Arturo García en 856  palabras